La costa norte de Perú son lugares playeros con ambiente de surf, olas y bañadores. Lugares donde pararse unos días a no hacer nada. Mirar el mar y los ocasos, ver rojos y violetas, recorrer las mareas, olvidarse del tiempo, contemplar la rutina indolente del descanso, andar sobre la arena y el mar, tostarse como el pan, en resumen, seguir ese viejo lema californiano del "life`s a beach".
Sienta bien pararse, nos damos cuenta que viajar es cansado, no hay descanso. El cerebro y los sentidos trabajan incesantemente, siempre abiertos y receptivos. Comunicación e información, muy diversas. Esperada y sorprendente. Se recibe y analiza. Todos los sentidos trabajan. Gente nueva, nuevos modos de mirar, analizar, hacer y comprender. Razonamientos inéditos. Pero no vale con recoger, después esta la disección, la razón, la abstracción, para uniendo sensaciones y mente obtener conclusiones. Aprender y aprender para vivir, para saber, para decidir, para poder caminar. Eso es lo que vinimos a buscar, lo único que nos vamos a llevar.
Estos lugares no son nada en realidad, mas que la libertad de la costa y el descanso de la meditación. Hay alojamientos razonables con cierto respeto hacia el entorno y buen ambiente. En especial Máncora. Y volvemos a parar, con el cerebro en blanco y un abandono total. Las horas vuelven a contarse por días, por ocasos o por mareas. Días en los que estar más tiempo tumbado que de pie, donde sumergir el reloj en el mar, donde acabar los libros que el viaje y el movimiento estiran demasiado. Momentos de rascarse con la arena, de ver salir y regresar las barcas del mar, de dormir cuando y hasta donde dicta el sueño. Horas de caminar sin rumbo ni necesidad, de eternidad y escritura, de dibujar, cuando la única ocupación es ver las puestas de sol.
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