jueves, 27 de mayo de 2010

Desierto



En Ica, concretamente en Huacachina terminan por un tiempo las reflexiones. La piscina, las tumbonas y el sol anulan de hecho, todo pensamiento. Triunfa el hedonismo. Sol, un baño, sol, una cerveza, sol, un paseo por este extraño oasis rodeado de un desierto de dunas de arena. Monticulos de enorme altura se extienden desde aquí hasta el mar y casi hasta Lima, cambiando su disposición según el viento diario.
Un lugar magnifico para ver el ocaso, para acampar bajo las estrellas junto al Pacífico; aunque nosotros nos vamos igual que llegamos, con un buggie que frenéticemente, al mejor estilo del París-Dakar nos conduce a saltos y planeando sobre la arena de nuevo al hotel tras un par de horas de sandboard.
El desierto habla de la dureza del sol, de la belleza de lo insondable, de la atracción de lo infinito, de la estética de la monotonia y la repetición, de los matices de lo uniforme, de la llamada de lo desconocido, o simplemente de una tarde al sol, corriendo y deslizandonos por la arena.





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